julio 27, 2024 1:58 am

The Exodo/Luis Carlos Rodríguez González

Tijuana, Baja California.- El zumbido de las ametralladoras, pero sobre todo los rostros de los muertos no dejan dormir a Antonio Romo. Ha pasado un cuarto de siglo desde que este mexicano de 48 años participó en la liberación de Kuwait detrás de la ametralladora de un helicóptero del ejército estadounidense, pero con frecuencia regresa por las noches a ese infierno.

Sentado en un viejo sillón y en humilde departamento, mira el muro fronterizo que separa Tijuana de San Diego. Regresa la película de su vida a Kuwait y todas las atrocidades que vivió: “una parte de mí se quedó allá” y apunta: “veía cuerpos destrozados hasta manejando, me sentía culpable”.

Trata de borrar ese pasado y recuerda otro más grato. Su periplo como migrante indocumentado a Estados Unidos. “Llegue sin papeles con mi familia a Lynwood, California, cuando tenía 12 años”. Apenas cumplió la mayoría de edad, con sus documentos en regla, se alistó con los marines y participó en la Guerra del Golfo, en Kuwait.

Antonio regresó a Estados Unidos cargado de condecoraciones y de inmediato se dio de baja de la milicia en 1992. No quería saber nada de la milicia. Pero el infierno de la guerra lo perseguía y cayó en el consumo de drogas, alcohol y tuvo varios intentos de suicidio. En 2001 fue detenido y encarcelado por venta de drogas. Él pensó que era ciudadano estadunidense, pero cuando vio su orden de deportación a México en 2008 se enteró que todo era un engaño.

Ahora vive en Tijuana al igual que un centenar de ex militares de origen mexicano. Ahí recibe apoyo y asesoría de la Casa de Apoyo a los Veteranos Deportados. Todos ellos combatieron en las guerras promovidas por el Estados Unidos. Antonio reconoce los delitos que cometió y por los cuales ya cumplió su condena. Pero advierte que él y sus compañeros fueron doblemente castigados porque además de la cárcel sufrieron la deportación.

“Trump ha dicho que apoya a los veteranos, pero… nosotros somos mexicanos”, comenta Romo titubeante. “No sé”, señala el ex marine quien junto con sus compañeros deportados espera un indulto, una reforma, que les permita regresar a Estados Unidos a reunirse con sus familias.

Iván Ocón, nacido en Chihuahua, combatió siete años para el ejército de Estados Unidos en Jordania y en Irak. En febrero del 2016 se acabó el sueño americano y las condecoraciones militares se fueron al olvido cuando fue deportado.

Iván, ahora de 39 años, sirvió en el Ejército estadounidense de 1997 al 2004. Cuando apenas contaba con 19 años lo reclutaron “saliendo de la high school” y lo trasladaron a Jordania. Después, en 2003, fue trasladado a Irak donde se desempeñó como mecánico especializado, así como realizaba patrullajes y apoyaba en labores de primeros auxilios.

Hace un año, a mediados de febrero de 2016, lo deportaron a Ciudad Juárez después de cumplir una condena por un delito que cometió. Ahí se encuentra estacionado. En espera que sus abogados logren el perdón para regresar al país por el que arriesgo su vida en la guerra.

De acuerdo la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU) Estados Unidos recluta a nacidos en el extranjero para sus guerras desde mediados del siglo XIX y el Pentágono reconoce que su compromiso suele superar al de los nacionales.

Durante la Segunda Guerra Mundial el Congreso permitió naturalizarse a los militares, aunque no hubieran entrado legalmente al país. Y de acuerdo con datos del gobierno, más de 109,000 lograron la ciudadanía entre 2001 y 2015.

Sin embargo, en 1996 las leyes migratorias se endurecieron y los delitos susceptibles de deportación para residentes regularizados -aplicables a todos los extranjeros, veteranos o no- se ampliaron a una treintena, desde rellenar mal una devolución de impuestos hasta crímenes por drogas. Aun así, entre 1999 y 2008, más de 70.000 extranjeros se alistaron en el ejército, según el informe de la ACLU.

No hay datos públicos sobre cuántos exmilitares han sido deportados, pero la Casa de Apoyo a los Veteranos Deportados, en la ciudad fronteriza de Tijuana, dice tener registro de 301 expulsados a una treintena de países. Más de 60 son mexicanos.

La Casa de Apoyo a los Veteranos Deportados, en Tijuana, es coordinada por Héctor Barajas, un zacatecano de 40 años, quien llegó a Estados Unidos a los siete años, cruzando la frontera como indocumentado. Años después, en 1995, Barajas se alistó en el ejército estadunidense como paracaidista donde luchó de 1995 al 2001.

Creí que era ciudadano estadunidense está que en 2004, después de una condena de poco más de un año por disparar a un vehículo, fue deportado a Tijuana. “Recuerdo que me llevaron a la frontera, me abrieron una puerta y ya. Ahí estaba en México, sin familia, sin dinero, sin trabajo”.

Hablaba poco español, no tenía conocidos de este lado del muro, ni tenía idea en cómo conseguir empleo en Tijuana. Volvió a brincar el muro, como cuando era niño. En 2010 le detuvieron de nuevo y le deportaron de por vida. Entonces montó “El Bunker”, es decir La Casa de Apoyo a los Veteranos Deportados.

Héctor Barajas en “El Bunker” recibe a los ex militares deportados, les contacta con abogados para intentar tramitar pensiones, con psicólogos para superar traumas y adicciones, y les informa de cursos para buscar empleo. Muchos de ellos trabajan en “call center”.

Hace unos días el gobernador de California, Jerry Brown, como parte de los perdones otorgados en las pascuas cristianas, otorgó un indulto a Héctor Barajas, con lo que se eliminan los antecedentes penales que tenía para que pueda retornar a Estados Unidos.

“Aunque desconozco qué impacto tendrá este beneficio, confío en que esto me permita conseguir la ciudadanía estadunidense. Me siento agradecido con el gobernador Brown y feliz por la

posibilidad de regresar con mi familia; seguiré trabajando por mis compañeros de la asociación’’, concluyó. www.theexodo.com

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