Texto y Foto: Manuel Ocaña
En una de las zonas más pobres de Tijuana, El Alamar, el hondureño Pili Noé Martínez Colindres, de Tegucigalpa, destacó de pronto entre un contingente de cerca de 500 migrantes centroamericanos porque de sus pertenencias sacó una bandera mexicana y comenzó a hondearla.
“Esta bandera me la regaló un amigo mío mexicano en Honduras y yo la guardo con mucho cariño porque, de verdad, los mexicanos nos han ayudado en todo lo que han podido, y los hondureños estamos muy agradecidos”, dijo Pili.
Los centroamericanos que escucharon esa explicación parecieron coincidir. Los más pequeños miraban con curiosidad a Pili Noé con su bandera.
“Ojalá y Dios les multiplique todo lo que nos han dado porque, de verdad, nos han tratado como hermanos”, dijo, “somos como hermanos, solo que nosotros los hondureños somos más pobres”.
Pili movía la bandera y sonreía, sin reflejar mucho el cansancio por haber caminado unas tres horas, desde el lugar donde en la madrugada les había dejado un convoy de autobuses que les trajo desde el estado de Sinaloa hasta unas diez millas antes de entrar a Tijuana.
Momentos después un paisano suyo se acercó con una bandera hondureña, que colocó junto a la mexicana de Pili.
“Así estamos, mire: juntos como hermanos”, comentó Pili.
De pronto se escucharon acordes y la multitud de migrantes respondió con júbilo. Una migrante hondureña había traído desde Tegucigalpa un voluminoso aparato de karaoke que ahora cargaba a la espalda y cantaba “Tres veces mojado” de Los Tigres del Norte.
Pronto la joven se vio rodeada de sus compañeros que querían verla cantar.
Presentó un repertorio de unas cuatro canciones y en un intermedio, Mirna Yolanda Contreras, tuvo tiempo para platicar.
“Ah, pues porque la música mexicana nos gusta mucho a los hondureños, como si las canciones hablaran de nosotros”, dijo sonriente.
“Ah, pues porque a los hondureños nos hace sacar el mexicano que todos llevamos dentro”, dijo con rostro alegre y enseguida cantó otra vez.
La actitud y las palabras de los migrantes contrastan con la de algunos residentes de Tijuana, donde los centroamericanos han tenido que enfrentar claras expresiones de repudio y discriminación.
El primer contingente de migrantes de la caravana abandonó una casa que había rentado hace apenas unos días, luego de que algunos vecinos protestaron abiertamente por la llegada de 70 integrantes de la comunidad LGBT y 15 migrantes más en familias.
A un par de millas de distancia de esa casa, vecinos de Playas de Tijuana y activistas pro Trump insultaron y arrojaron piedras y botes de cerveza a un grupo de migrantes de la caravana que acampaba a unos pies de la frontera, bajo el faro de la ciudad junto al Pacífico.
En redes sociales ahora abundan videos de presuntos residentes de Playas de Tijuana que, al conducir y encontrar migrantes en su camino, los ofenden y les gritan que se regresen a su país.
El deprecio es más patente porque el alcalde de Tijuana –cuya administración acumula cuatro mil homicidios sin resolver desde que tomó posesión el primero de diciembre del 2016–, ha declarado que los migrantes no son humanos y que son viciosos.
Trump ahora toma los dichos de ese alcalde como verdades.
En Alamar, antes de abordar autobuses que los acercarían al centro de la ciudad, ni Mirna Yolanda Contreras, ni Pili Noé Martínez Colindres, quienes expresaron y cantaron su cariño y agradecimiento para los mexicanos, tenían noticias de lo que ha pasado estos días en una Tijuana que incluso tiene sombrados a muchos tijuanenses. www.movimientomigrantemesoamericano.org www.theexodo.com