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Violeta Santiago/Presencia-MX/MMM
María Zenaida Escobar Cerritos cumpliría los 20 años el 9 de noviembre. Era la más pequeña de siete hermanos —seis mujeres y un varón— y tenía la mitad de su vida sin ver a su papá, Darío Escobar Lainez, un hombre quincuagenario que partió por tercera vez hacia los Estados Unidos en el 2009.
La vida en Sensuntepeque, la cabecera del departamento de Cabañas, en El Salvador, era complicada, al menos en cuestión de trabajo. “Aquí (en Estados Unidos) hay más oportunidades de empleo; allá en El Salvador es bonito, pero nosotros teníamos que subir hasta la ciudad para encontrar trabajo y vivíamos lejos de la ciudad y pues estaba peligroso”, justifica su hermana, Heidi Escobar.
Zenaida y Heidi tenían cuatro años sin verse. Heidi la adoraba como se le ama a una hermana pequeña. Entonces decidió probar suerte en Estados Unidos como su padre y como sus otras hermanas. Tras lograr el cruce, se asentó con su familia en Santa Cruz, California, para ganarse la vida limpiando casas.
Las hermanas hacían videollamadas por WhatsApp o Facebook Messenger y Zenaida siempre insistía en saber de qué trabajaba su hermana, qué hacía, cómo era la vida en otro país, cuánto ganaba. “Ella quería saber cómo se ganaban los cheques”, comenta Heidi y recuerda cómo la más chica de la casa se ensoñaba al decir: “Cuando me den mi primer cheque voy a sentir la emoción que ustedes sienten”.
La joven que recién había superado la mayoría de edad persistía en su idea de irse a los Estados Unidos, un impulso natural de migrar, de mejorar; un llamado de sangre; unas rabiosas ganas de salir adelante.
Para tratar de contener sus ansias, su familia le advirtió: “Mira, Zenaida, esto pasa en el camino, hay mucha gente que sufre, que abusa de ellas, la secuestran”. Le decían de todo, pero ella insistía en llegar allá, en tener la misma oportunidad de sus hermanas.
Era domingo 9 de junio de 2019 cuando Zenaida dejó Sensuntepeque. Antes de partir, fue al quiosco del Parque Cabañas. Ahí pidió que le tomaran una foto.
Fue Zenaida la que contactó a la persona que se encargaría de llevarla hasta la frontera. Su padre pudo hablar con él, para saber detalles generales. Querían lo más seguro para ella, así que cuando supieron que todo el camino sería trasladada en vehículos particulares, les dio algo más de tranquilidad. El pago por la salida era de 4 mil dólares (unos 76 mil pesos) y completarían los 11,700 dólares (más de 220 mil pesos) cuando llegara a Estados Unidos con bien.
“Ella ‘nomás’ nos habló que estaba lista para venirse; nosotros no tuvimos contacto con la persona que los traía, porque ella nos informaba de cómo venía y todo”, refiere Heidi. La familia de la salvadoreña se enteraba de cómo iba el viaje por los mensajes que Zenaida con frecuencia les enviaba para avisarles que se encontraba bien. Por WhatsApp, el jueves 13 de junio a las 7:39 de la mañana le avisó a Heidi que el día anterior, a la 1, salieron de Guatemala y que a las 7 cruzaron el río (el Suchiate, para ingresar al país vía Chiapas). Doce horas después, por la mañana, llegaron a Villahermosa, Tabasco.
Por la tarde de aquel jueves, la joven anunció que seguían en Villahermosa. Luego, después de las 10 de la noche, les dijeron que no los moverían hasta el viernes porque no le habían avisado al guía. En el mismo mensaje también pidió que le mandaran un paquete de internet para el día siguiente, porque ya había agotado los megabytes del chip que había conseguido.
Poco después de las 4 de la tarde de aquel viernes 14 de abril, Zenaida y el grupo de aproximadamente 17 personas, incluido el chofer, un mexicano, llegaron al retén en una camioneta blanca Chevrolet Avalanche 2002 con placas XF-1655-A del estado de Veracruz.
Habría sido ahí donde inició la persecución entre la Policía Federal, una unidad de migración y la camioneta donde viajaban los migrantes. Según la Fiscalía General del Estado de Veracruz (FGE) y su titular, Jorge Winckler Ortiz, los testigos narraron que después de pasar una zona con “topes”, vieron las luces de las sirenas y se dio una persecución de entre 10 y 20 minutos.
La persecución acabó en el kilómetro 26+500 de la carretera federal 180 del tramo Villa–Coatza, a pocos metros de una planta de arena sílica de la empresa Madisa. La camioneta ya se iba a detener, cuando le cerraron el paso y abrieron fuego.
Las balas llovieron de frente y sin aviso. Más de diez, de fusil de asalto, calibre .762. El parabrisas aguantó sin romperse, pero quedó como testigo silente de la furia de los disparos. El vidrio del conductor y el espejo lateral sí se hicieron añicos y cayeron como lluvia fina sobre los asientos de tela y el regazo de Zenaida.
La escena fue una de las más fuertes que han vivido algunos de los paramédicos. Zenaida yacía sobre el asiento central delantero, con la cabeza flotando en el espacio donde van las piernas del copiloto, el dorso sobre el descansa brazos y las piernas orientadas hacia los asientos traseros.
Llevaba la misma blusa morada y la sudadera negra de cuando se fotografió en el parque de Cabañas. Solo que esta vez su sangre le empapó hombro izquierdo hasta regarse sobre el tapiz. El poder de la bala de fusil, una sola, fue destructivo. El proyectil le destrozó el cráneo del lado izquierdo, a la altura de la frente, hasta exponer su ebúrneo órgano interior.
A pesar del daño, Zenaida respiraba y tenía pulso, mientras los policías creían que el movimiento de su cuerpo se debía a los impulsos de los últimos rastros de energía abandonando un cuerpo sin vida. Zenaida estaba viva, pero nada podían hacer para salvarla.
Desde el primer momento se dio a conocer que la Policía Federal y el INM estuvieron involucrados en el ataque. Hubo testigos que señalaron la presencia de la patrulla y “la perrera”, que abandonaron el vehículo con la joven agonizante, versión confirmada por fuentes de diversas corporaciones policíacas. En cambio, al conocerse esto, después se trató de “filtrar” la versión de que había sido un “ataque entre polleros”.
Mientras tanto, en Estados Unidos, Heidi recibió una llamada. “Una amiga de ella, que venía con ella me habló y me dijo lo que había sucedido”. No tenía ni idea de cómo le comunicaría la noticia a la familia, no tenía el valor para hacerlo. “Uno no se espera esta noticia. Esperas que la agarró migración, ¿pero que la maten, así como la mataron?” Llamó primero a su papá, pero de inmediato el llanto se atoró en su garganta.
—Qué pasó, mija. —Contestó Dario, sobresaltado porque Heidi lloraba.
—Pasó un fracaso. El carro donde venía Zenaida lo ametrallaron y la mataron a ella.
Heidi confiesa que sin la llamada que recibió, habría sido más difícil reclamar el cuerpo de su hermana. Sobre la chica que le marcó, no sabe quién es y sólo desea que ella se encuentre bien. Como Zenaida había más jovencitas en el viaje, las “niñas” a las que siempre se refería en sus mensajes e incluso, la identificación por la que la confundieron, podría ser de alguna de sus compañeras cuyo paradero ahora es desconocido.
La persona que le avisó dijo que el conductor ya se estaba deteniendo, cuando se les atravesó la unidad y comenzaron a disparar en contra de la camioneta. Uno de esos tiros le dio a Zenaida en la frente y dos más lastimaron a los otros dos hombres. “Yo nunca voy a borrar esa carita de tu hermana”, le dijeron antes de colgar.
El Fiscal Winckler públicamente no se atrevió a señalar de forma directa ni a la Policía Federal ni a Migración, pues se refería a ellos “uniformados” o “unidades tipo policía”, ya que no tenían más pruebas que los testimonios de los hombres que iban escondidos en la cabina de la camioneta Avalanche.
Pero al día siguiente, Alfonso Durazo Montaño, titular de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, confirmó que los elementos de la Policía Federal fueron quienes dispararon contra el grupo de migrantes en Agua Dulce, aunque quiso justificar la balacera diciendo que desde la camioneta habían abierto fuego, por lo que los policías repelieron el ataque, luego de una persecución originada en el retén cuando el vehículo no se detuvo. Como si faltara más, el funcionario federal también quiso involucrar al crimen organizado con este caso.
El padre de Zenaida dice sobre las redadas y operativos contra migrantes en México que si bien están en su derecho “pero matarnos por matarnos nomás por ser indocumentados, es bastante difícil, bastante corrupto”. Peor aún, disparar, matar y huir. Por eso él sí espera que el Gobierno mexicano imparta justicia por el caso de Zenaida. “No fue una basura, no fue un animal, no fue algo que mataron, era una persona humana y no tenía por qué ser eso así”.
El miércoles 26 de junio esperarían que Zenaida ya hubiera vuelto a El Salvador del viaje que empezó 17 días atrás. El de la mochila apretada con los puños contra el pecho, el de las otras chicas con sus propios motivos para cruzar países ajenos, el de quienes sobrevivieron y quienes pueden perderse en el camino.
Entonces Heidi al final acepta el destino de su hermana. Se abraza a la resignación de la muerte, de una tumba, la que muchas madres centroamericanas no tienen en su corazón porque no saben qué fue de sus hijos. “Por lo menos nosotros estamos tranquilos de que sabemos donde está mi hermana y que pronto va a regresar a El Salvador, aunque sea muerta, pero hay otras personas que sufren porque no encontraron su familiar, se perdió, porque no saben si está bien o si está muerto”.
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