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Diego Ortiz
Agustín Villanueva Pantaleón, originario de Zalatzala, hablante del Náhuatl, era un migrante incorregible, que viajó desde La Montaña de Guerrero a Nueva York varias veces para siempre añorar, regresar a su terruño, a su ombligo, como él decía.
El pasado 4 de mayo falleció por Covid-19 en Nueva York. Inicialmente ingresó al hospital por una enfermedad gastrointestinal. Sin embargo, ya en atención médica el diagnóstico salió positivo por coronavirus. Tardó 40 días entubado, aún pensaba en sus tierras y en su familia.
Sus sueños se desmoronaron en el último suspiro. Era de los que migraba y volvía a su lugar de origen porque la añoranza de su matria le tintineaba a cada segundo. Siempre migró intermitentemente. Se iba por periodos de cuatro o cinco años a la Gran Manzana y regresaba por una temporada a arar la tierra de temporal en su pueblo, con los suyos a pasar las fiestas.
Hace dos años y medio hizo su último viaje a Nueva York. El pasado 15 de septiembre regresó en una urna. A sus 63 años de edad aún tenía la esperanza de “poder terminar una casa que estaba haciendo y vivir dignamente”. Al año mandaba 250 mil pesos para su familia. Trabajó en un restaurante lavando platos y también se dedicaba a la jardinería.
Lo que anhelaba era juntar un poco más de recursos económicos y regresar a su comunidad, disfrutar de la paz y la tranquilidad del campo, de las montañas. Su ombligo lo llamaba al lugar donde donde nació. Su vejez quería pasarla con el canto de las aves cuando el alba despunta y el grito de los grillos al caer la noche. La pobreza extrema que obliga la migración y el Covid-19 truncaron sus sueños
Sus 5 hijos, tres mujeres y dos hombres lo recuerdan en el trabajo del campo, sembrando maíz, calabaza y frijol.
Miguel González Cásares, indígena guerrerense, emigró a Nueva York cuando tenía 15 años para huir de la pobreza extrema en la que vivía con su familia. Como todos sus paisanos que cruzaron la frontera como indocumentados, le sufrió y trabajó duró para enviar cada mes dólares que garantizaran una vida un poco más digna a los suyos.
“Él nunca tuvo la intención de volver a la Montaña porque temía morir de hambre”, recuerdan sus familiares. La pandemia del Covid-19 cortó de tajo sus sueños en la ciudad de los rascacielos. Falleció en Nueva York el 3 de abril de 2020 a los 46 años de edad.
La semana pasada sus cenizas regresaron en una caja y fueron entregados a sus familiares en Chilpancingo. Hace 7 años sólo vino a visitar a su familia en la comunidad de Igualita, Guerrero.
Una de sus hermanas comentó que cuando se enteraron de su muerte “fue cómo si nos hubieran derramado agua fría. Ahora estamos tranquilos de saber que sus cenizas están con nosotros”.
Abel Barrera, director del Centro de Derechos Humanos Tlachinollan, expuso que “la pobreza desterritorializa, pero no termina con las identidades ni con el pensamiento, sobre todo con la añoranza de volver en algún momento al terruño. La ruta de las cenizas, es la migración de las y los indígenas de México”.
Informó que Tlachinollan ha dado cuenta de 53 indígenas de la región que han muerto por el virus del SARS-CoV-2. De ellos 22 fallecieron en Nueva York. Los últimos tres llegaron a La Montaña la semana pasada.