Tijuana, BC., 14 abr. (AMEXI).- Son una veintena de mujeres jóvenes, todas viudas y huyendo de sicarios de los cárteles que operan en prácticamente todo el país. Son parte del éxodo de 386 mil mexicanos víctimas de la violencia, según cifras de la ONU, que en distintas regiones buscan refugio en otros estados o que están tocando la puerta a Estados Unidos en busca de asilo.
Tijuana se ha convertido en un embudo para miles, no sólo mujeres, sino familias completas que huyeron de Michoacán, Guanajuato, Guerrero, Jalisco, Morelos, Sinaloa, Estado de México y de prácticamente toda la geografía nacional acechada por el crimen y la violencia.
“Sara”, nombre ficticio por razones de seguridad, salió huyendo de una ranchería cercana a Salvatierra, Guanajuato, junto a sus dos hijas, luego de que un grupo criminal que opera en el Bajío mexicano asesinó a su esposo y a un hermano.
La joven viuda, de menos de 40 años, vive prácticamente aterrorizada en este albergue por el rumbo de Playas de Tijuana. Prefiere no recordar lo que ocurrió con sus familiares y sólo comenta que después de que huyo le estuvieron mandando videos de la forma en que asesinaron a su esposo y la amenazaron a ella y a sus niñas.
“Llegue a Tijuana hace tres meses, estoy realizando los trámites para solicitar asilo en Estados Unidos, no sé cuánto tarde, ya trámite las actas de mis hijas y mis documentos, porque salimos huyendo de noche. Acá nos están ayudando con los trámites”, dijo Sara en entrevista con AMEXI.
El pastor Albert Rivera, director del albergue Agape, señala que sólo una veintena de mujeres, todas viudas porque sus parejas fueron asesinados o desaparecidos, conforman la población, junto con las hijas e hijos de ellas, de este lugar que está diseñado para dar hospedaje a más de 300 personas.
Las historias de terror que han vivido quienes pasan por este este lugar son el corolario de las fallidas políticas de seguridad en el país, desde la guerra contra el narco de Felipe Calderón Hinojosa a los abrazos y no balazos de Andrés Manuel López Obrador.
Esposas de jueces, familiares de marinos y elementos de la Guardia Nacional, esposas de comerciantes, agricultores y ganaderos lo mismo de la Tierra Caliente de Michoacán, que de toda la geografía de Guerrero, Guanajuato y Colima viven con temor.
El teléfono celular del pastor Albert es un repaso de esas tragedias. Fotos, videos, mensajes con amenazas que han recibido las viudas y familiares. Él ha tramitado cientos de visas humanitarias para estas víctimas colaterales de los “abrazos” que no son migrantes, que son desplazados mexicanos abandonados a su suerte por el Estado.
“Yo estoy aquí para salvar a mis tres hijos. Mataron a mi esposo de la forma más cruel y nos amenazaron a nosotros también. Vendí lo poco que tenía y huimos lo más lejos posible. Llegamos acá hace cinco meses para buscar cruzar al otro lado y vivir sin miedo”, narra una de las víctimas.
María, que no rebasa los 30 años, es de un poblado cerca de La Piedad, Michoacán. Sus ojos verdes contrastan con las grandes ojeras que le dejó su tragedia.
Platica su historia con miedo, acurrucada con sus tres hijos pequeños en una litera del albergue. No sabe cuándo dormirá tranquila, sin el temor de que alguien toque la puerta del albergue y vengan por ella.
En los pasillos semivacíos, un puñado de niños pequeños corren tratando de olvidar lo que vivieron, mientras que unos cinco adolescentes juegan basquetbol en una pequeña cancha.
“En este momento son sólo niñas y mujeres, pues sí es un albergue de viudas y huérfanos. En otros momentos hemos tenido más de 300 personas, entre ellos jueces y sus familias, soldados, marinos y guardias que huyen de las amenazas.
“También hay poca gente porque los mismos cárteles están enganchando en los albergues de Tijuana a muchos migrantes, a muchos desplazados, a quienes les cobran 900 dólares para cruzarlos”, apunta el pastor Albert Rivera.