julio 10, 2025 1:41 pm

Estados Unidos atraviesa un nuevo endurecimiento migratorio. Desde el

20 de enero pasado, la administración Trump multiplicó redadas, triplicó

las detenciones diarias del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas

(ICE por sus siglas en inglés) y alcanzó más de 142 mil deportaciones en

apenas 100 días. La meta declarada es un millón de expulsiones anuales,

cifra que ya parece plausible tras los 200 mil retornos reportados a finales

de mayo.

Paralelamente, Texas reactivó la polémica SB 4, que faculta a cualquier

policía estatal a detener y “deportar” a quien no pueda probar su estancia

legal, abriendo la puerta al perfilamiento racial y a la criminalización de la

migración.

Las protestas masivas en Los Ángeles, California, contra las redadas

derivaron en enfrentamientos, detenciones y señalamientos de

“insurrección” desde la Casa Blanca. La línea divisoria entre política

migratoria y xenofobia se vuelve cada vez más tenue.

Es cierto que la Cancillería mexicana “rechazó” públicamente la SB 4. Sin

embargo, ese comunicado resulta poco más que un gesto cuando se le

contrasta con el desmantelamiento silencioso de la propia capacidad de

defensa consular, prueba de ello es que el Programa de Atención y

Protección Consular acumula reducciones cercanas al 24% desde 2023.

La consecuencia es un sistema consular que reacciona con rapidez

mediática, pero carece de abogados, psicólogos y presupuesto suficiente

para acompañar e impedir procesos de deportación.

La precariedad consular incrementa la vulnerabilidad de jornaleros

agrícolas, empleados domésticos y trabajadores de la construcción,

sectores donde las y los mexicanos son mayoría y donde la retórica

antiinmigrante propicia explotación laboral y delitos de odio.

Lo que la diplomacia mexicana debería estar haciendo (y no hace) es

financiar demandas ante cortes federales de EU para frenar leyes estatales

inconstitucionales como la SB 4; invertir, no recortar, en al menos mil

nuevos abogados y trabajadores sociales para la red de 52 consulados;

coordinar fondos de defensa legal, refugios temporales y campañas de

“conoce tus derechos”, así como reemplazar la narrativa reactiva por una

ofensiva diplomática que destaque la aportación económica de la

población hispana y el costo que tendría para EU una deportación masiva.

La política exterior no se ejerce con proclamas desde la plancha del

Zócalo, sino con oficio, datos y negociación firme. Hoy, mientras

Washington acelera expulsiones y algunos estados convierten la xenofobia

en ley, México se queda sin voz ni defensa efectiva.

Cada día de inacción consular condena a miles de compatriotas a enfrentar

solos un sistema migratorio diseñado para expulsarlos. Urge que el

gobierno pase de la retórica indignada a una diplomacia proactiva, que

defienda con la misma energía a nuestros migrantes con la que defiende

megaproyectos o ideologías domésticas. Porque detrás de cada

expediente de deportación hay una familia mexicana que merece algo más

que un boletín de prensa: merece un Estado que no la abandone.