diciembre 13, 2024 9:18 am

Héctor Molina/The Exodo

Ecatepec, Estado de México.- Silvia tiene en la mente tantas cosas que le dan vueltas: es la comida, el calor, el agua, el tiempo, la forma de cruzar, de avanzar.

Con ella viajan sus dos hijos, Azucena de cinco años y Laura de casi uno. A Laura la mira con especial cuidado y escrutinio; parece inquieta, solloza a ratos, tal vez por el calor que la asuela o el hambre que padece, pues desde hace algunas horas que no come.

Silvia explica que se ha equivocado de tren. Entre filas de automóviles, en el tráfico que circula por la avenida Carlos Hank, en Ecatepec, Estado de México, la mujer de no más de 30 años, de pelo oscuro, a la altura de los hombros y vestimenta invernal, aún con 27 grados centígrados, intenta cambiar quetzales a pesos para comprar algo de comer en el día.

A unos kilómetros de ahí, en la zona conocida como Lechería, también en el Edomex, cientos de migrantes toman el tren que los llevará hacia norte del país, muchos se equivocan en el camino y terminan varados en Ecatepec, otros tantos deciden sortear a las autoridades migratorias y toman un camino más largo. La mayoría, mujeres y niños, paran su andar casi al llegar de la estación Las Américas, de la línea 1 del Mexibús.

Con señas, la joven mujer alude el intercambio monetario; con la mano derecha agita el aire con el billete de 50 quetzales, con la izquierda señala la necesidad de algo de comer, en tanto que en su pecho carga a la pequeña Laura.

Del otro lado de la avenida, Azucena junto a otros dos niños, hijos también de migrantes, juegan entre la tierra y algunos reductos de pasto. A ellos aún no les importa lo complicado de la vida, no les interesa el porqué migran o si estudiarán o no, les importa jugar, dar vueltas más rápido, ser el más ágil o el que salta más alto.

A Silvia y sus hijos los acompañan algunos otros compatriotas guatemaltecos, además de algunos hondureños. Todos desean lo mismo: cruzar la frontera norte de México hacia EU, nunca como hoy ha sido tan peligroso, ni tan complicado; nunca antes el vecino del norte había tenido a un Donald Trump.

A pesar de lo arduo que ha sido el camino y de lo que Silvia sabe sobre las políticas antimigratorias que Trump impulsa ferozmente, la mujer oriunda del departamento de Huehuetenango, cree que es mejor intentarlo que quedarse allá..

Una vez que pueda cruzar la frontera, Silvia precisa que se dirigirá hacia San Diego, en California, para reunirse con su hermana, María, quien lleva más de cinco años en Estados Unidos. La última vez que se comunicó con ella fue hace más de una semana, en Guatemala. Desde allí le advirtió sobre algunos robos en la frontera sur mexicana, además de recomendarle a un “pollero” de toda la confianza.

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