diciembre 2, 2024 4:53 am

TAL CUAL

Luis Carlos Rodríguez González

Dos visiones sobre el respeto a los cadáveres. Ya sea de quienes fallecieron cruzando el desierto entre México y Estados Unidos por insolación, fueron alcanzados por las balas de la “Border Patrol” o por persecuciones y crímenes cometidos por la delincuencia organizada.

En Tucson, Arizona, concretamente en el Condado de Pima, existe un ejemplo de prácticas forenses eficientes y dignas que no requieren de grandes inversiones, ni de burocracia, ni de discursos demagógicos para buscar evadir la responsabilidad en el macabro, inhumano y cruel resguardo de cientos de cadáveres en un tráiler, como se descubrió esta semana en la zona conurbada de Guadalajara, Jalisco.

Cuando conocí a Aristóteles Sandoval, gobernador de Jalisco, hace poco más de seis años, cuando era candidato a dicho cargo, entendí el pobre destino que tendría ese estado con alguien tan ignorante, que basó su mandato en dar la imagen de ser el “Enrique Peña tapatío”. Con sus trajes apretados, sus poses como de adolescentes y su copete con gel.

“Dinos cinco libros que hayas leído”, le soltó un compañero de El Economista en una dialogo informal durante una cena. “Primero que nada El Principito, porque me parece es un libro que refleja la forma de gobierno de la monarquía. Me fascina todo ello”, soltó el hoy triste gobernador que pasará a la historia por su ineptitud y vanidad. Los reporteros presentes nos dio pena ajena, no por él, sino por los jaliscienses.

No nos equivocamos. Dos tráiler recorriendo la zona conurbada de Jalisco con más de 300 cadáveres de personas que fueron víctimas de la delincuencia en Jalisco, marcarán el epilogo del sexenio del mandatario jalisciense, quien busca con destituciones de algunos funcionarios acallar las críticas y el malestar social.

Los dos ataúdes rodantes se sabe que han deambulado por semanas, tal vez por meses, ante la falta de espacios en la morgue estatal. El gobernador nunca se enteró que en su estado hay diariamente balaceras, levantados, secuestros, fallecidos y que no había lugar para su resguardo digno, para su identificación, para tomarles muestras de ADN y sepultarlos.

En el Condado de Pima, Arizona, la Oficina del Forense alberga en la actualidad los restos de alrededor de 1,000 personas no identificadas, así como información sobre alrededor de 1.500 personas desaparecidas, en su mayoría de México, Guatemala, El Salvador y Honduras, entre otros países.

Una cicatriz, un tatuaje, un hueso roto, un cepillo de dientes guardado en una bolsita, una dentadura, una estampa de algún santo, sirven para que un equipo multidisciplinario de forenses, geógrafos y sociólogos, den un rostro y un nombre, pero sobre todo un manejo digno y el retorno a sus lugares de origen a los migrantes fallecidos en su intento por cruzar a Estados Unidos.

Nada parecido a lo que ocurre en Jalisco, ni tampoco a las fosas “clandestinas” de Morelos y su gobernador, Graco Ramírez o el pésimo manejo de las decenas de fosas con cientos de cadáveres y la nula información hacia los familiares de desaparecidos en Veracruz.

No se trata de recursos. Se trata de inteligencia, de eficiencia, de humanidad, de tener manuales de manejo forense. De no creer que gobernar es lucir el mejor look todos los días o de hacer negocios personales o para familiares o amigos, como tristemente ocurre en Jalisco con “El Principito de los Cadáveres Rodantes”. Tal Cual.

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