mayo 17, 2024 11:32 pm

Luis Carlos Rodríguez González/The Exodo

Tijuana, Baja California.- Equipada con la tecnología más moderna por aire, mar y tierra la Border Patrol mantiene en jaque a los migrantes que sin documentos intentan cruzar por garitas, valles, ríos, desiertos y montañas hacia Estados Unidos.

Desde Playas de Tijuana hasta Reynosa Tamaulipas, en los más de 3,200 kilómetros de frontera que separan a México con Estados Unidos, los detectores de sonido, el muro fronterizo, las videocámaras, las camionetas cuatro por cuatro, lanchas rápidas y el mosco -helicóptero- vigilan metro a metro este territorio donde literalmente ni los fantasmas “indocumentados” pueden burlar a la Border Patrol.

En los tiempos de Donald Trump, como también en los de Barack Obama se incrementaron las deportaciones y detenciones por la Garita de Tijuana-San Ysidro, donde todos los días la Border Patrol y el Servicio de Inmigración y Aduanas (ICE) retornan por la puerta de metal giratoria y en vehículos a miles de indocumentados, lo mismo jóvenes, adultos, mujeres, cada vez más niños sin compañía, algunos muertos y de vez en cuando uno que otro fantasma.

La historia sucedió a finales de octubre del 2010 en la Garita Tijuana-San Ysidro. Un matrimonio de tijuanenses a bordo de su automóvil realizaban el ritual mensual de ir de compras a los malls del otro lado de la frontera para surtir despensa y ropa.

Como siempre la fila de vehículos se contaba por cientos, que tienen que esperar dos o tres horas los fines de semana. No por nada es la garita y frontera más transitada del mundo con más de 50 millones de personas que cruzan al año y 17 millones de vehículos.

Teresa, comerciante en un tianguis de pulgas de una colonia popular de la legendaria “Tia Juana” miraba de reojo a los automovilistas de al lado. Lo mismo familias que van a los malls a comprar dulces, disfraces o ropa en vísperas del Halloween. Otros, con cara de pocos amigos, lo mismo cholos que narquillos, en camionetas cuatro por cuatro que retaban con la mirada a quien se les cruza.

Arturo, nacido en Sinaloa, es el esposo de Teresa. Se enfadó de cambiarle al radio y de escuchar narco corridos y cumbias. El calor lo agobia y el auto lo reciente y empieza a cascabelear por el calentamiento del motor. Son casi dos horas formados en la fila que avanza muy lento. Adormilado recibe la señal del agente aduanal que es su turno para la revisión de las visas.

Un oficial de origen oriental, los más gachos dicen los tijuanenses, aunque otros afirman que son los propios de origen mexicano, mira desconfiado al matrimonio de cuarentones. Se acerca a su computada, teclea, checa datos y les ordena abrir la cajuela del viejo Ford Focus azul.

Camina alrededor del vehículo como buscando algo en el asiente trasero. Tajante les ordena pasar a un gran estacionamiento cubierto y repleto de cámaras y sensores para una segunda revisión.

“Dónde está la persona que traen escondida en el automóvil” les cuestiona el chino en un español cortado un oficial en short y la clásica camisola azul marino que usan los oficiales del ICE.

De inmediato el automóvil y sus ocupantes están rodeados por otros cuatro agentes. A unos pasos de ahí están desmantelando una camioneta conducida por un mexicano y un gringo que se sospecha lleva droga. Teresa y Arturo están sorprendidos del maltrato y sobre todo de la acusación de llevar a un tercer pasajero escondido.

Los cinco oficiales del ICE, el chino, un anglosajón, dos afroamericanos y un latino, desmantelan prácticamente el Ford Focus. Sacan asientos, despegan alfombra, vacían la cajuela.

Arturo entre preocupado y molesto, preguntaba el porqué de la revisión. Teresa, nerviosa, es interrogada por un oficial de apellido Ortega. El agente le insistía y aseguraba que una persona de baja estatura iba en el asiento de atrás del automóvil.

“El scanner lo marca claramente. Es una mujer, de cabello largo, pequeña, como de 1.50 de estatura, delgada, que está en el asiento trasero cuando revisamos sus visas”, les explicó el oficial , de origen mexicano.

Los ojos de Teresa se humedecen y Arturo la abraza. Los oficiales no entienden el drama. Teresa, balbucea algunas palabras y explica a los oficiales: “Hace un mes falleció mi niña, cabello largo, de 10 años de edad y le habíamos prometido venir de a San Ysidro de shopping en vísperas del Halloween”.

Los oficiales del Servicio de Inmigración y Aduanas (ICE) se sorprenden con el relato, pero no se alejan ni un ápice del protocolo de seguridad y migración. “No pueden pasar porque para nosotros son tres personas y sólo tienen dos visas”, argumentó sin margen a la discusión el oficial Ortega.

Todo era confusión y sorpresa para el matrimonio quien espero que rearmarán el Focus antes de ser prácticamente deportados junto con el espíritu de su hija a Tijuana.

“Los gringos, cuando quieren hasta las almas, hasta los fantasmas detectan”, comenta una señora que presenció la escena mientras su vehículo también era revisado.

Teresa, Arturo y el fantasma de su hija regresaron como cualquier indocumentado a México en su vehículo. Enfilaron a una Iglesia cercana al cruce fronterizo, por el rumbo de Otay, a rezar por al alma de su pequeña.

www.theexodo.com

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