diciembre 13, 2024 9:33 am

Félix Meléndez / Foto periodista salvadoreño/The Exodo

Al observar las imágenes del desplazamiento migratorio de centroamericanos en territorio mexicano, la constante más visible en los grupos de migrantes ha sido la de jóvenes acompañados por sus hijos, la de jóvenes viajando con sus vecinos o amigos de edades similares, la de jóvenes viajando solos porque no tenían familia, etc. Ellos/as escaparon de su país para buscar un futuro mejor, porque ser joven y vivir en los barrios y comunidades pobres de Honduras, Guatemala y El Salvador, es llevar consigo el estigma de ser considerado pandilleros/as de forma automática, tanto por las maras como por las fuerzas policiales. Es estar condenado en el margen de las clases bajas, es ser la carne de cañón en medio del fuego cruzado.

Es cansado vivir justificando ante unos y otros que no soy pandillero

Bryan Rivera y su novia vivían juntos en Tegucigalpa. Bryan tiene 22 años y se dedicaba al negocio de la venta e importación de zapatos en el comercio informal de la ciudad. Ella se dedicó a la limpieza de casas, planchado y labores relacionadas a personal de limpieza. Luego de terminar el bachillerato, Bryan meditó estudiar en la universidad, pero sus padres no podían darse el “lujo” de costearle los estudios y esto le llevo desde muy joven a dedicarse al trabajo informal para sobrevivir por su propia cuenta. Al igual que muchos jóvenes de Honduras, Bryan tiene ese pensamiento adquirido que de nada le serviría tener un título universitario si no tiene el “cuello” o el contacto adecuado para ganar un salario decente con el cual poder mantenerse.

En el caso de Bryan, no estaba bajo el peligro directo de los pandilleros porque en su colonia no habían muchos, pero siempre estaba presente el temor que algún día podría pasarle algo por la forma en la que se viste (ropa deportiva y con la gorra para atrás), hecho que le llevo a ser detenido varias veces por la policía ante la sospecha del cargo de asociaciones ilícitas, delito tipificado que usan en Honduras y en El Salvador para acusar a los sospechosos de pertenecer a las pandillas:

“Es cansado vivir justificando ante unos y otros que no soy pandillero. Uno se aprende todos los códigos del barrio para sobrevivir, que camisas no ponerte, que zapatos no hay que usar, a quien no tienes que voltear a ver, que calles no debes transitar. Y aún con todo eso no estas a salvo porque también tienes que estar alerta de los policías, no puedo responderles ni hablarles fuerte, no podes confiar en ellos y menos denunciar sus maltratos. Es demasiado, así no se puede vivir”.

Habían platicado con su pareja la posibilidad de ir al norte para mejorar su vida, pero la imposibilidad económica de pagar el “coyote” les detuvo a hacerlo. El paso de la caravana por su ciudad fue la salida más oportuna que tuvieron para escapar de esa vorágine de violencia, en la que tarde o temprano él y su novia terminarían por ser alcanzados.

Ese sentimiento de abandono que no hallábamos qué hacer y menos para dónde agarrar

Marta es una joven madre de familia a la que la camisa de la selección hondureña delata su nacionalidad. Ella está acompañada de su pareja de vida y sus dos hijitos. Se encuentran sentados en un portal de una vieja casa de esquina abandonada, de esas que tanto abundan en Tapachula, esperando a que su hermana firme en las oficinas de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) para seguir con los pasos que las autoridades de migración en México exigen para dar la protección temporal.

“Nosotras (con su hermana) vivíamos en San Pedro Sula y teníamos un ciber café con el que lográbamos salir adelante, conseguíamos lo suficiente para mantener a nuestros pequeños y al negocio a flote”.

“En la colonia siempre hubo pandilleros y como pagábamos la “renta” -extorsoión- no se metían con nosotras, pero eso cambio cuando arrestaron al palabrero de la zona y cambiaron el cabecilla”.

En ese momento comenzaron a acosarlas verbalmente y se convirtieron en un objetivo por ser “bichas que manejaban pisto” (fueron acosadas por ser jóvenes que administraban dinero). A su sobrino de 14 años lo intimidaron que se uniera a la mara y a su esposo de 23 años lo golpearon para obligarlo a que les hiciera viajes en su carro para hacer asaltos. Todos estos hechos vinieron acompañados de la amenaza: “Por ser chavalas y buenas para conseguir plata nos podrían servir. Y si no quieren, pues fácil, les jodemos el negocio y la vida”.

Por no hacerles caso, comenzaron a atacar el negocio y les robaron computadoras, hecho que finalmente les obligo a huir de su casa y abandonar el local que con tanto esfuerzo habían logrado mantener. “Viera que feo lo que vivimos en esos días que estuvimos escondiéndonos de ellos, ese sentimiento de abandono que no hallábamos que hacer y menos para donde agarrar”.

Se unieron a la caravana migrante en una medida desesperada y se quedaron en Tapachula. En esta ciudad, paradójicamente han sido víctimas en menor grado del hecho que les llevo a escapar, que también han sido criticadas por su edad. “Huevones, están jóvenes, váyanse a su casa, que acá ya no hay trabajo y ya no se aguantan” grita una anciana mientras platicábamos en la calle.

Migrar para tener futuro

“Andrea” es una joven hondureña de 21 años. Semanas atrás su vida transcurría normalmente en la capital hondureña, Tegucigalpa, como una joven de clase media, quien, gracias al apoyo incondicional de su madre, acababa de entrar a estudiar periodismo, abriéndose a un nuevo mundo y comenzando una nueva etapa. La idea de migrar de su país para sobrevivir nunca hubiese entrado en los planes que esperaba hacer en su vida.

En su vida, nunca tuvo problemas con los vecinos del barrio o con compañeros de la Universidad. Un día todo cambió radicalmente, en el trayecto rutinario de camino a la universidad, fue interceptada por un grupo de pandilleros, quienes la golpearon de forma brutal en un hecho, en la que las investigaciones policiales nunca establecieron la motivación del delito, una constante de falta de justicia en los casos de violencia que tanto dañan a la sociedad hondureña. La golpiza propinada a Andrea la dejo hospitalizada de gravedad durante muchas semanas…. milagrosamente ella sobrevivió.

Su madre, una mujer quien se asume como trabajadora y luchadora, ya había sufrido la pérdida de su primer hijo en situaciones similares hace unos años atrás. Al ver la situación en la que Andrea apenas logró sobrevivir decidió que era tiempo de dejarlo todo para sobrevivir, huyendo de la noche a la mañana

Ellas no viajaron en la caravana migrante, decidieron hacerlo por su cuenta, ayudadas por manos amigas y “ángeles” en México que les han brindado ayuda humanitaria y cobijo mientras esperan el tiempo prudente para solicitar protección en Estados Unidos, por lo que han sido asesoradas por organizaciones de Derechos Humanos que darán soporte a su solicitud. Ahora en una casa, en una ciudad no especificada, Andrea junto a su madre, ahora espera pacientemente que la vida le dé esa oportunidad de reescribir el plan de vida que ella no pudo tener en su país.

(Los nombres fueron cambiados por seguridad de las personas)

www.theexodo.com

www.migrantemesoamericano.org

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