noviembre 23, 2024 9:21 pm

FOTO: Atahualpa Garibay Reyes

Atahualpa Garibay Reyes/The Exodo

Tijuana, Baja California.- Para ellos no hay nada que celebrar para Año Nuevo. El 2019 para la comunidad migrante es incierto, el futuro inmediato se vislumbra más difícil y lejos del hogar.

Hace ya casi tres meses partieron del sur y centro de Honduras; otros de El Salvador y los menos de Guatemala. La mayoría de los cientos de migrantes centroamericanos supieron de la “Caravana Migrante” a través de los noticieros de televisión y, principalmente, por las redes sociales.

A más de noventa días de larga travesía, mujeres, hombres y niños permanecen en el refugio temporal “El Barretal”, en la colonia Mariano Matamoros, en la Zona Este de Tijuana.

Ayer fue domingo. Día de “sobre ruedas” a las afueras del centro de espectáculos habilitado como albergue. Oficiales de la Policía Federal y del Instituto Nacional de Migración, mantienen la vigilancia y el control del refugio. Desde el primero de diciembre, el Gobierno Federal tomó el control.

Ya no se ven empleados del Gobierno Estatal ni del Ayuntamiento de Tijuana

Los migrantes portan en el cuello identificaciones plastificadas con nombre, foto y un código de barras que les permite el ingreso y la salida. Los adultos aprovechan para salir al tianguis, ver qué hay en el mercado y hacer compras mínimas de alimentos.

Hombres y mujeres se las han ingeniado para comerciar entre ellos, vender comida y otros enseres de uso personal para obtener pesos mexicanos.

En el sobre ruedas los puestos de comida, ropa nueva y de segunda, son el atractivo para ellos.

Parece un día más en el refugio de migrantes. Sin embargo, es la víspera de Año Nuevo.

Carlos N., de 28 años de edad, originario de Olancho uno de los ocho departamentos de Honduras, llegó en el segundo grupo de la “Caravana Migrante”. De oficio albañil se sumó a los peregrinos centroamericanos, porque en su lugar de origen le pagaban cien pesos hondureños.

“Un peso alcanza apenas para una tortilla, para una comida de una familia no alcanza cien pesos”, dice Carlos recargado en la valla que divide la ropa que fue donada por la sociedad civil a los migrantes.

Atrás de él, varias mujeres hurgan entre las prendas en busca de una pieza de la talla de sus hijos y para ellas.

El panorama lo completan las casas de campaña, instaladas, una tras otra, en la explanada de “El Barretal”. Otras más en el segundo nivel de lo que eran las terrazas del centro de espectáculos.

Desde el centro del refugio se observa cómo unos migrantes pusieron su arbolito de navidad con esferas y luces para recordar La Navidad.

Carlos sabe que la travesía se alargó y asegura que muchos de los migrantes que han decidido cruzar individualmente han sido literalmente cazados por grupos extremistas que vigilan la frontera sur de los Estados Unidos.

Se niega a ser fotografiado precisamente por esta razón. Dice que si ven su cara será un blanco más fácil para los supremacistas norteamericanos.

Allá, en Olancho, el Año Nuevo lo recibían con tamales, muy parecidos a los mexicanos, ron con soda y música caribeña.

Matrimonios Gay y bautizos

Entre los migrantes se escucha la voz de un hombre joven ataviado con una túnica blanca y un gafete. Los varones jóvenes forman un círculo.

Les explica que una asociación civil celebrara matrimonios y bautizos al caer la tarde en “El Barretal” para que cuando lleguen a los Estados Unidos estén “bien casados”. A un lado del orador, una mujer norteamericana con una túnica color azul cielo y una estola multicolor símbolo de la comunidad Lésbico Gay.

“Por favor no tomen fotos ni video a los migrantes ellos están expuestos a la violencia allá (en Estados Unidos)”, pide a los reporteros el joven quien se niega a identificarse.

“Si quieres grabar audio, hazlo, pero no tomen sus rostros”, insiste. No ofrece detalles de la validez legal de estos matrimonios ni mucho menos de los “bautizos” que ofrece, lo que si asegura es que la mayoría de los migrantes carece de una identificación.

De lado noreste la pila de agua es utilizada por algunos migrantes para tomar un baño pese al intenso frío. El termómetro marca 9 grados centígrados alrededor de las 11 de la mañana.

Entre las carpas y las casas de campaña, los niños juegan con los juguetes que les han regalado. Una chiquitina muestra su aptitud y anda en una patineta entre la comunidad.

Del mismo lado, un puesto de artículos de higiene y medicamentos básicos es administrado por un joven que no rebasa los 20 años de edad. Papel higiénico, toallas femeninas, alcohol, vendas, gel antibacterial, forman parte de la “botica migrante”.

En una de las casas se observa una cartulina solicitando choferes y se ofrece un número telefónico para que llamen. Los varones se reúnen en grupo, fuman, escuchan la radio y otros se ayudan mutuamente para hacer Facebook Live y enviar saludos a sus paisanos.

La incógnita que permanece es cómo le hacen para poseer celulares modernos y con saldo para hacer llamadas y usar redes sociales de las que son muy asiduos.

Los olores se entremezclan entre ellos. A distancia huele a fritangas.

Se trata del puesto improvisado por Suyapa Yameli Gómez Soles, hondureña de San Pedro Sula y su amiga, Norma Araceli Ramírez.

Hace cuatro días se organizaron para vender comida entre la comunidad. “Mi esposo compró la estufita aquí”, dice Suyapa Yameli.

Juntas preparan pollo frito y pollo guisado, arroz, fríjoles y ensalada. Un plato cuesta 50 pesos.

¿Por qué les gusta tanto el pollo a los hondureños?, le pregunta el reportero.

“Quién sabe, es lo que más se come allá”, responde la joven cocinera hondureña.

Araceli Ramírez explica que el pollo guisado lleva tomate, cebolla y chile. “Es guisado dulce, nosotros no comemos picante”, aclara.

Suyapa Yameli interviene: “aquí comen todo con chile, compré un pollo con chile en el Centro (de Tijuana) y me enchilé toda”.

“Al rato van a estar las baleadas”, presume Norma Araceli.

¿Qué son, cómo se preparan?, se le cuestiona.

“Son bolitas de masa de harina que se hacen en tortillas y se preparan con mantequilla y frijoles”, abunda. Tienen precios de 10, 13, 15 y hasta 20 pesos. Las “baleadas” son populares allá y aquí, entre los hondureños.

El precio depende de lo que se le ponga. La historia de estas amigas hondureñas es especial.

Suyapa Yameli Gómez Soles vivía en Ohio, Estados Unidos, tiene visa por diez años pero renunció a todo para viajar por su hija de 18 años y llevarla al vecino país. A pesar de que sabe que pueden pasar meses y meses para poder cruzar, ella asegura que está dispuesta a todo.

“Suyapa es por la Virgen de Suyapa, allá es como la Virgen de Guadalupe de ustedes. Le hacemos fiesta grande en San Pedro”, cuenta al interlocutor.

Norma Araceli ya abandonó el “sueño americano”; quiere vivir en México después de todo lo que ha vivido en la “Caravana Migrante”, y sobre todo, porque “están matando a los niños” en Estados Unidos.

“Ya mataron a dos niños de Guatemala, los metieron al cuarto frío”, asegura.

“Hablas de que los trasladan a habitaciones muy frías”, se le pregunta.

“Sí, los están matando”, añade. La migrante se refiere al caso del niño guatemalteco que murió a cargo del CBP, y que según la versión norteamericana estaba enfermo cuando llegó a la vecina nación.

Para ellas el Año Nuevo será diferente. Lejos de sus pueblos de origen y de sus demás familiares. Trabajarán hoy, mañana y pasado mañana, en su puesto de comida para obtener dinero y mantenerse en tanto se resuelve la situación para ellos.

“Trump también es migrante y puede pasar a la historia”

“El Presidente, Donald Trump, aunque no le guste es migrante, todos en Estados Unidos son migrantes, y en sus manos está pasar a la historia para bien o para mal”, dice Ramón Torres, de unos 50 años oriundo de Cabañas, El Salvador.

Atrás del migrante se escucha un bolero que procede de la radio en su casa de campaña. El caso de Torres es un misterio.

En el interior se encuentra todo en orden; arreglos navideños y un televisor. A diferencia de las otras “carpitas” todo está limpio.

No obstante, a pregunta del reportero, Ramón dice: “el mensaje que le envío al Donald Trump es que se toque el corazón, porque Estados Unidos es un país de migrantes, y él es un emigrante aunque no le guste, porque los de Estados Unidos son descendientes de Inglaterra; los originarios son indios, ellos no son güeros ni pelos amarillos”.

“Todo Estados Unidos la mayoría son emigrantes, así que se toque el corazón y que el mandato de él no va durar toda la vida; va dejar un recuerdo ante el mundo y sí hace algo bueno debe ser recordado por todo el mundo como una buena persona; que se toque el corazón y que le dé la oportunidad a toda esta gente que ha huido de sus países porque hay mucha violencia y mucha pobreza”, dice.

Torres también es consciente de que el futuro de los integrantes de la “Caravana Migrante” es incierto; para Año Nuevo. “Espero salud para todos, porque este día es importante porque Dios nos ha dado la oportunidad de llegar hasta acá”.

“Gracias a México, gracias a Tijuana, hay gente de buen corazón que nos está enviando ayuda de todo tipo, comida, ropa”, dice el salvadoreño, aunque admite que para estar mejor sería estar con sus familiares, a quienes extrañan mucho.

“Sabemos que para el sueño americano que queremos cumplir, tenemos que pasar esto y el otro año estar en mejores condiciones”, afirma.

La tristeza le aflora cuando habla de su familia. Ellos radican en la zona norte de El Salvador, en los limites con Honduras.

“Tengo familia en El Salvador y en los Estados Unidos, pero no puedo ver a ningunos. Me siento bien porque mi familia esta alentada, pero me siento triste porque no estoy con ellos”, se lamenta Torres.

En Cabañas, disfrutaría de Año Nuevo con la familia y con panes rellenos, platillos especiales, pollo y “tequilita”.

“En Estados Unidos no se celebra este día, allá solo se trabaja, celebran el Día de Acción de Gracias, el Día del Conejo y Noche Buena nomás”, cuenta el salvadoreño, quien reitera el agradecimiento a los mexicanos, y se dice apenado porque “en la Carava hay de todo, hay gente que se ha portado mal”.

www.theexodo.com

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